26 mayo 2006

"Boca Abierta" (Alejandra Costamagna)




Lo imagino parco, mesurado, con la sobriedad que otorga la vida a ciertas personas. Lo miro, miro su foto, y creo haber fijado mis ojos en él sin detención durante cada minuto de los últimos diez años. ¿Cuándo exactamente dejaron de cruzarse nuestras miradas? No quiero adivinarlo. No voy a escuchar a mamá decir "¿Acaso alguna vez sus ojos pudieron cruzarse con otros?" Qué importa. Mamá boicotea las emociones; ella habla desde el rencor. Es comprensible. Pero a mí esta cámara me ha regalado una película fantasma y en su revelado apareció papá, como el retrato de una sombra. Lo imagino callado, casi mudo. En la foto sus labios están muy pegados uno con otro. Parecen formar una sola masa, y no puedo imaginarlos de otra forma. Papá tiene boca de masa. Quizás esta noche en la estación separe esos labios y provoque una risa apabullante. "Cállate, papá", le diré. "No muestres tu felicidad a todo el mundo". Pero él seguirá con la boca muy abierta, como la de los muertos recién muertos, y me obligará a cerrársela. Cuando acerque mi mano hacia su cara repitiéndole que no reparta su felicidad a todo el mundo, él me mirará, casi me derribará con sus ojos negros de fantasma, y dirá: "¿Qué felicidad, hija?". Después cerrará la boca. Tiene razón, papá: ¿De qué felicidad hablo? Mamá dice que soy una infeliz. Y agrega que ella no es feliz. Sé que ser una infeliz no es lo mismo que no ser feliz, mamá. Lo imagino caminando con un maletín de cuero negro, feo, como un detective. Temo no reconocerlo cuando baje del tren y se acerque con andar fatigado hacia mí. Yo descansaré mi vista en la otra foto: en la mujer que cepilla su pelo con el mentón contraído, a punto de llorar. No sé quién es ella; otro fantasma de esta película instalada en la vieja cámara, en mí. Su imagen me servirá para hacer una pausa y poder mirar luego a papá hasta el infinito, hasta secar mi pupila en su figura. Él fumará un cigarrillo negro y botará el humo con sobrada prepotencia. Así es papá, dice mamá, prepotente y vanidoso. A él no le hablaré nunca de la prepotencia ni de la vanidad. No pronunciaré la palabra mamá en toda la noche, quizás en toda la vida. No va a ser difícil. Guardaré las fotos en un bolsillo y le diré a papá que lo imaginaba exactamente así: con los zapatos gastados, con un lunar en la frente, con movimientos de marioneta. No te ofendas, papi, es muy linda la gente que se balancea al caminar. Mamá es tiesa como un roble y hace sombra como el árbol más holgado. ¿O es que te gustaría ser un tronco? Lo imagino con signos de persona razonable, calculadora. Lo imagino, por ejemplo, moviendo la cabeza en forma horizontal, de hombro a hombro, como si rodara sobre un riel. Hace años busco su imagen. A veces logro concentrarme y doy con estos movimientos cadenciosos. Cuando eso ocurre celebro su presencia en silencio, con los ojos muy cerrados, evitando que se fugue de mi mente. Pero luego pasa, se borra. Alguien abre una puerta, afuera suena una bocina, ladra un perro y los gestos se van. "Estás loca, niña, loca", dijo mamá al saber que nos veríamos esta noche en el andén. Más loca está ella, que en estos años olvidó hasta la manera como papá tose. Yo al menos intento rearmar su imagen. Le he preguntado varias veces a mamá cómo tosía y sólo ha murmurado "no lo recuerdo". Le he preguntado también quién tomó las fotografías de la cámara que encontré, quién es la mujer del cepillo, quién la tiene tan muda, cómo es mi padre. Y ella insiste: "No lo recuerdo". Después se atora con su saliva al repetir varias veces la misma frase. Ah, el recuerdo. Mamá no quiere recordar, eso es todo. Con una gota de saliva en el borde de la boca, recurre a su rabia para hilar un vómito de frases inconexas. Siempre hace lo mismo. Yo digo: ¿Quién es la loca? Lo imagino un hombre ocupado, con muy poco tiempo disponible, mirando el reloj de pulsera a cada minuto, moviendo un pie de arriba a abajo con ritmo parejo, golpeando su talón contra el suelo. A mí no me importa si papá es desatento. Yo quiero mirarlo una vez, una sola. "Para eso tienes la foto", protesta mamá. Yo no respondo. Ya dije que nunca respondo. Mi reclamo es un portazo. Mamá está irritada porque al fin di con el número telefónico de papá. Pero a mí también me irrita que papá no me permita oír su voz y arregle nuestra cita -nuestra primera cita en diez años- con una secretaria. A lo mejor papá también está irritado y este triángulo es un círculo de irritaciones. Pero el triángulo-círculo no es perfecto: falta papá. No logro dar con la razón de su enfado. Imagino e imagino, invento e invento diálogos sin aclarar nada. ¿Que debí haberte llamado antes? No, papi, tú eres mi papá. No sé por qué lo hago ahora. Es un poco mañosa esta cita, papá. Supongo que fue la sorpresa de ver la cámara guardada en el baúl y sospechar que adentro podías estar tú. Era tu cámara. Demoré dos meses en revelarte, lo sé. Está bien, supongamos que la culpa es mía. ¿Me vas a perdonar, papá, que te haya abandonado todo este tiempo? Mira, tócame, no habré cambiado tanto en diez años. Ahora tengo forma, ¿te das cuenta? No soy dura, papá, sólo es una manera de decirlo. De decirnos algo. No te enojes, papá. ¿Vas a llamar a la secretaria para que nos haga guardia? No lo hagas, papi, por favor. Yo no quiero que nadie se interponga entre nosotros esta noche. Nos quiero solos, solos, papi. Debí habérselo advertido a esa mujer cuando tomó la cita por teléfono. Ya es tarde. Estarás por llegar. Lo imagino tal como lo imaginé todo el día. Mi memoria se agota hacia atrás en mis cinco años, y aún puedo ver a papá en la casa donde vivimos hasta antes de su partida. El lugar está idéntico. Sólo la decoración es distinta: el jardín está cercado por una reja metálica y un mástil sostiene una bandera tricolor. Al fondo hay un perro de mirada lánguida que vigila su baldosa con pereza. Suelo evitar esa calle. Cuando voy a la escuela desvío la ruta. Y si es muy imperativo caminar por ahí, volteo la cabeza y canto una melodía distractiva. Pero hoy me detuve frente a la casa. Otra vez la maldita memoria. Hoy me acerqué a la puerta y di tres golpes secos. Puedo jurar que esta tarde tenía cinco años. Un hombre gordo me abrió. Tenía el pecho desnudo y lleno de pelos. Le dije que iba a entrar, que era urgente ver la casa. Mientras se rascaba la cabeza dijo que esa propiedad era privada. Lo sé, dije e insistí. Volvió a negarme la entrada usando las mismas mecánicas palabras. Traté de pasar sobre él con la torpeza de los cinco años, pero él empujó mi cabeza con las manos y caí a sus pies, tendida como un perro. El gordo observó mi precariedad desde su ventajosa altura, apuntó hacia abajo con el dedo índice y dijo "anda a molestar a tu casa, mocosa". No le dije que ésa era mi casa. Yo no dije nada. Me apoyé en el muro de la entrada y creo que lloré. El hombre se alejó de mí; iba moviendo la cabeza de un lado a otro, igual como lo hace mamá cuando le pregunto por papá. Estuve varias horas apoyada en el muro. El perro me miraba fijo desde su baldosa, como con celos me miraba. La tarde filtró brutalmente la llegada del crepúsculo y recién me di cuenta del tiempo que llevaba de pie frente a la casa. Me sentí narcotizada, sonámbula. Un poco fantasma. Tuve la sensación de que el muro se apoyaba en mí y no al revés, y pensé que me aplastaría en cualquier minuto con su cemento. Lo toqué: era un muro frío, tenaz, casi cruel. Lo imagino sudando, corriendo a mi encuentro. Dime, cómo no me vas a decir si te parezco linda. No sé si todavía quiero ser tu hija o mis planes ahora son otros. No sé qué pretendo. Lo primero: verte. Me impacienta esta espera. ¿Cuántos minutos más tendremos que esperar? Miro la foto con detención y no te asemejas a ninguno de estos hombres que bajan del tren. Ese podrías ser tú. Pero no: es un hombre lisiado. Ese otro no parece vanidoso ni prepotente. ¿Es que no piensas bajar del tren? Saco las fotos, las ubico en el suelo con las imágenes vueltas hacia abajo y empiezo el juego. Están duras estas fotos, no se desprenden de la superficie con facilidad. Debo mojar con saliva las palmas de mis manos para conseguirlo. Son fotos-figuritas, fotos de colección. Cuando aparezca papá le diré que éste es mi nuevo álbum. ¿Él todavía estaba con nosotras cuando junté el de Sarah Kay? No puedo recordarlo, qué tonta. Tendré que preguntárselo cuando baje del tren. Imagino a papá como un hombre de grandes recuerdos, un hombre de memoria fornida. -¿Niña? -me pregunta alguien que se ha agachado junto a mí. No sé cuánto tiempo lleva a mi lado. Estaba demasiado concentrada en las figuritas como para prestar atención al resto de la gente. Me toca el hombro con delicadeza y repite la palabra. ¿Papá?, quiero preguntar. Pero la voz no me sale. Estoy muda, sorda, borracha. Mis labios se han cerrado tanto como los de papá en la foto. Este hombre los lleva abiertos y los abre cada vez más. Se le va a escapar, se le va a escapar. -No repartas tu felicidad a todo el mundo -creo decir. -¿Qué felicidad? -dice. Y lo dice con ese énfasis tan suyo. Es él, qué duda puede haber. Me tiro a sus brazos, a los brazos de este hombre delgado que es papá. "Eres tan distinto", digo o pienso. Papá no tiene lunares en la cara, papá no es prepotente, papá es un hombre joven. Papá podría ser mi marido. "¿Por qué demoraste tanto?", pregunto. Temo que no entienda el alcance de la pregunta. "Disculpa", dice entendiéndolo perfectamente. Papá entiende todo y está arrepentido. Me puedo dar cuenta por sus manos nerviosas, por su tartamudeo. Soy muy egoísta, estoy dejando que cargue con toda la culpa. Ya habrá tiempo de abrazarnos y exculpar lo nuestro. "¿Y ahora qué vamos a hacer?", hablo con timidez. De nuevo tengo cinco años. Quiero agarrarme de su mano y colgar de ella como un maletín, todo el día, en cada trayecto. Son las diez de la noche. No se me ocurren demasiados panoramas. O se me ocurren, pero no quiero decirlos. -Vamos a tomar un jugo -le propongo. -Niña -dice, con seriedad. Ahora cierra la boca. Todavía está nervioso. Le cuesta hablar. Todo esto le cuesta una enormidad. -A la vuelta hay un lugar bonito -insisto. Me cuelgo de su mano y cargo mi peso. Quiero serle muy pesada, casi abatirlo. Él me mira con curiosidad. Se parece al perro en su baldosa. No hablamos. ¿Qué nos vamos a decir? Temo enmudecer eternamente con papá. Pero no tiene importancia: desde esta noche ya no será necesario hablar. Sé que papá me entiende con sólo mirarnos. Ahora te estoy diciendo que te imaginaba distinto, ¿entiendes? Ey, papá, ¿entiendes? Bueno, ahora está nervioso. Ya habrá tiempo de comprendernos sin palabras. La mano de papá es frágil, quiere desprenderse de la mía, pero no se lo voy a permitir. La mano de papá hace fuerza para separarse cuando entramos al café. ¿No sabe acaso que puedo ser su mujer? ¿No ve que ya tengo cuerpo y forma? Mírame, papá, tócame de una vez, ¿no te parezco linda? Pero la mano de papá logra desligarse de mí y ahora sostiene el vaso con jugo que ha pedido. Yo he pedido mirarlo, nada más. El silencio se vuelve fatigoso, comienza a incomodarnos. Sin hablar, le digo a papá que olvide todo, que he vuelto a tener cinco años. Pasamos varios minutos mudos. Creo que por fin comenzamos a entendernos sin palabras. -Niña... -interrumpe mis ideas. Habla con dificultad-. Olvida el frío de este andén y vuelve a tu casa. Devuelve estas fotografías a su papel. Acá ya no se detienen los trenes. -¿Qué dices, papá? -Yo no soy tu papá -dice esa boca que se abre y se cierra, tan ágil, tan distinta a la foto-. Él no vendrá esta noche. Papá se ha vuelto loco. Su boca habla sola. Es una marioneta, papá. Alguien lo manipula y él interpreta. Él sólo interpreta. "Te están manipulando", le digo, riéndome. Pero él es porfiado y sigue actuando el mismo papel que le han asignado. Tan serio y grave. Ahora lo dice entre un trago y otro de jugo. Lo repite, envenena mis oídos con su frase. No soy tu papá, no soy tu papá, no soy tu papá. ¿Y quién eres, entonces? ¿Un mensajero? "No importa quién soy", dice y ve cómo le vuelco el jugo encima para que se saque la máscara. Él alega que estoy loca. Yo digo: ¿quién es la loca? ¿Es que este hombre es mamá disfrazada de papá? "Yo no soy tu papá, entiende", alega mamá mientras se levanta de la mesa. -¿Tú estás diciendo...? -le grito. -Yo estoy diciendo lo que estoy diciendo, niña. En este andén no habrá nunca un padre añorando a un hijo ni un hijo besando a un padre. -¿Dónde está papá? ¿Cuándo dejaron de cruzarse nuestras miradas? -¿Es que no has entendido nada? -pregunta, agarrándose la cabeza. -¿Qué podría entender, papá? -le pregunto al aire. Camino hacia él, hacia mamá. Me arrojo encima suyo, le pego con toda mi fuerza. Él exige que me detenga, que no lo mezcle en su rabia, que no le haga tragar mi porfía. Yo no tengo rabia, yo no tengo nada esta noche. Papá niega que todo esto sea culpa suya y se aleja de mí con una sentencia: -Tú inventaste este dolor. Tu papá no vendrá, ¿puedes entenderlo de una vez, niña? Papá falso debe irse de mí. Lo empujo, le escupo, termino por echarlo. Basta con mi soledad en este rincón. Vuelvo a la estación y me tropiezo con los viajantes. Van aturdidos, los conduce la inercia. Nunca habrá una fiesta en el andén. Me siento en el suelo y despido al tren con la mano. ¿A qué tren, si no hay ninguno? Al tren de papá, fantaseo. Soy tan fantasma como el fantasma de papá. Soy un trapo empapado, retorcido en sí mismo. De nuevo siento el peso de un muro aplastante, un muro que insiste en derribarme con su cemento. Entonces saco las fotos: la de papá y la de la mujer peinándose a punto de soltar una lágrima. Esta mujer llora por papá, lo sé. Esa mujer es mamá. No gastes lágrimas por él, le sugiero. Papá ha muerto antes de morir. "No lloro por él", advierte mamá desde su porfía. Pero ya no importa por quién llora o iba a llorar mamá. Guardo la foto en un bolsillo y retengo la otra en una mano. Lo imagino. Papá pensaba quedarse aquí, en este retrato, con los mismos labios rígidos y cerrados de siempre. Lo imagino tan distinto mientras voy desarmando sus gestos y convirtiendo su imagen en mil fragmentos. Lo imagino. Papá tiene la boca abierta ahora, por fin. Como un muerto.

24 mayo 2006

"Este viejo calor que tengo guardado" (Guido Eytel)


Esa noche andaba como siempre sí, por la calle larga junto al parque, por las callecitas que se vuelven a encontrar con la misma calle larga. Por ahí andaba como siempre yo, porque dijo Aymidiós que en una de éstas voy a encontrar el tesoro, la luz, un anillo precioso que va a brillarme entre los dedos. Dijo Aymidiós, y por eso ando las calles abriendo tarros bolsas y en una noche seguro tengo que encontrarlo.
Esa es la noche distinta de este viejo. Las luminarias luces platean estas calles solas casi siempre, puras neblinas en invierno y sombras por donde camino y me agacho y reviso las bolsas tan renegras. Todos se van, todos se van: las mariposas rojifucsias, verde la falda breve, brevísima, de las esquinas también se van, los guardianes con los dientes afilados miran y se van. Y yo soy una sombra en la muralla, otra sombra del árbol soy en la vereda y no han nacido los ojos que puedan verme, distinguirme. Una puerta soy, una columna. Ni los ojos más ojos pueden verme, distinguirme. Una puerta soy, una columna. Ni los ojos más ojos que ha habido jamás pudieron verme, pero a todos yo los vi, a todos.
Digo esta noche y todas las noches y siempre será éste mi paisaje, pienso. Sobre todo la noche aquí, de los callejones solos solitarios, yo pobre rey también solo solitario, buscando los tesoros papeles, tesoros cartones, tesoro pollo esqueleto para el caldo y una fruta media, casi comida, y unas fotografías que guardo para que sea ésta mi madre, éste mi padre, todos mis hermanos aquí, nunca tuve novia y nunca tuve anillo que dijo Aymidiós ya va a aparecer, brillando como estrella entre mis dedos.
Esta es la dulce patria que yo tengo: al norte no te metas, al sur no cruces nunca, al este no pases, al oeste la muerte te está esperando, dijo Aymidiós. Pero busca la mina de oro, la pepita no más, el anillo y cumplo. Ése era yo anoche, tratando de adivinar en qué bolsa estaba el tesoro. Todas yo no alcanzo a revisar y cuál sería mi desgracia si justo no abro la que traía el anillo para ver el cielo, un pedazo, una estrella, mil luces brillando entre mis dedos negros.
Ése era yo tarde anoche, con poca fortuna en el saco: pan de siempre añejo y un trapo rojo azul. Almohada, pañuelo, sombrero. Ya nadie había, ya la calle no más. Y yo. Y un par de perros.
Ya ni un ruido. Todos, casi todos dormían cuando el auto se arrimó a la vereda y yo más sombra me volví, casi una estatua junto al árbol. Los vi que abrieron la puerta y dejaron caer un bulto junto a la cuneta. Tan suave partió el auto como llegó, sin un ruido, y fui de a poco acercándome. De todo bota la gente, pensé. Muñecas he visto, pero ninguna tan grande. De lejos una muñeca rubia con la falda subida sobre las piernas, un brazo desamparado, la mano palma arriba mirando el cielo oscuro, la cabecita afirmada en la solera. Ya al lado la mancha roja sangre en la blusa me dijo no es muñeca, pero tan linda, mucho más que las otras desterradas, mucho más linda que las otras que revolotean en las esquinas.
Dije voy a llorarla primero de saludo y lágrimas lloré. Junté las manos y oré. Plegarias necesitaban sus pestañas, sus párpados azules, su piel, su rosa roja. Después pensé por qué la botaron, si lo único la mancha, por qué la botaron, cierto. Y me rebelé entonces yo, que tan triste solitario soy y no tengo a quien cuidar. Será éste al final el tesoro que estaba esperando y que Aymidiós me manda. Será, dije yo, ella la brillante, la que todo lo ilumine y toqué su pelo rubio apenas y cierto que brilló entre mis dedos como río chiquitito de oro. Será, dije yo.
Nadie andaba por la calle larga. La tomé suavidulce, eché su brazo largo, su blanco brazo, por arriba de mi hombro y la cabeza también, colgando la melena rubia. Echéla toda al hombro y rápido crucé. Ninguna luz que me atrapara: rápido hasta el parque, rápido, escondido entre las matas y las flores, rápido, rápido pero cuidado, no vaya a lastimarse. Miro, corro, miro. No esta el guardiazul ni las parejas están sobre el rocío. Nadie, a esta hora nadie. Puedo dejarla escondida entre las flores blancas, sobre el pasto húmedo apenas, casi nada mojado. Puedo ir y mirar por la otra calle larga. La noche no termina y una luz roja, allá a lo lejos, vive y muere. Nadie más. Aquí está el río y nuestra casa. Vuelvo.
Otra vez eché su largo brazo blanco, su amarillo pelo sobre mi hombro. Tierna cayó la cabeza, mis manos tomadas de sus piernas, y ella parecía comprender, aunque no conocía el camino. Miré otra vez la calle larga y ni una luz, sólo a lo lejos lejos. Crucé corriendo y la afirmé sobre la baranda. Yo conozco, yo sé. Cada piedra puedo pisar de noche y nadie más. Hoy será más difícil con ella otra vez sobre mi hombro. Pisé firme la piedra y bajé. Ella se dejaba llevar y no tenía miedo porque yo estaba con ella y la cuidaba.
Difícil fue. Una sola vez se golpeó contra las piedras. Rozó el brazo y la cabeza. Firme la tomé. No se fuera a ir como la que ví una vez pasar por el río, vestido azul, despidiéndose con la mano, subiendo y bajando la cabeza, qué rápido pasó. Y la miraban desde el puente y nadie le respondió, pero eso a tí no te va a pasar.
Difícil fue. Todo pensando no más en las piedras que piso y sujetándola firma. Falta poco aguanta, le pedí, y Aymidiós de las piedras y el agua también nos ayudó seguro porque pude pisar al fin el fondo, la tierra piedras junto al río donde tengo mi casa que será la tuya.
Hasta ahí la llevé. La anidé en el mejor lugar y bajo la cabeza le puse el trapo rojo azul. Le ordené el pelo, la peiné, le saqué la blusa blanca y fui a lavarla mientras ella, mi amor, ella dormía. De rodillas metí la blusa al agua. La costra era casi negra ya. Algo se deshizo y se fue con el río. Vi las aguas hacerse un poco rojas, la camisa blanca rosada se volvió y supe que la noche estaba por irse porque se estaba poniendo la capa claror de la mañana.
Volví. Aymidiós, mi padre, qué linda era viéndola mejor. Apenas un rasguño donde la piedra y tan tranquila parecía: los hombros redondos suaves y los dos montoncitos sin nada y casi al medio, justo abajo, una fea roja boca negra que quise limpiar pero no pude. Le puse la blusa y fría la sentí. Saqué mi abrigo y la abrigué. Sigue durmiendo, le dije, sigue durmiendo y busqué palitos, leña busqué por las orillas y le encendí el fuego para cuando más tarde. Coloqué el tarro con el agua y dormí también y parece que soñé. Vivía conmigo y se quedaba, reina de los cartones de mi casa, sacaba el agua del río y lavaba las piedras. Casi al terminar la noche me esperaba. La mano suya cariños me hacía en la espalda y yo de regalo le traía un anillo y gotitas de oro brillaban en su dedo.
Así me desperté, con el sol pegándome en los ojos. Miré hacia arriba y los autos vi pasar por el puente, vi la gente apurada pasar y una mujer mirando por qué tan triste hacia la otra orilla.
La mía fui a ver y dormía casi blanca, casi azul. Hice lo del sueño: la boca puse en su pelo, lo más suave que he vivido, y en su cara también puse la boca y la pobre estaba fría. El sol ya se asomaba, quería calentar, y esto hice: con cuidado le saqué la ropa, le recorrí los caminos azules con el dedo y dije yo mejor la arrastro para que nadie nos vea, y la puse a pleno sol entre unas piedras grandes. Me quedé mirándola y rezándole. Después al lado suyo me acosté, sin taparle para nada el sol, y le dije, le susurré, mira, toma mi viejo calor que tengo guardado, y quise que ella lo sintiera, adentro suyo metí mi calor pero nada, ella tan así de fría como las piedras de la noche y fui resbalando, llorándola y llorándome, resbalé cansado y cara al sol me quedé, con su blanca mano en mi hombro. Así parece que volví a dormirme.
Desperté no más al rato. Un ruido sé que fue. Afirmé el codo en la piedra y un grito sentí en el puente y miré. Un hombre era el del grito y me señalaba con su dedo. Fueron entonces gritos y más gritos y la gente que corría, se apretaba contra él y nos miraba. Quise taparla otra vez con mi abrigo cuando los ladridos sentí. Los guardias vi que venían corriendo y ni siquiera alcancé a pararme cuando uno me dio con un palo en el brazo y otro un palo en la cabeza. Pobre mi espalda, pobre mi espinazo, pero no lloré de dolor, mi reina, lloré de pena cuando te taparon con plástico verde y como un saco te agarraron te subieron hasta la calle larga y la gente que corría quería pegarme y matarme, pero los guardias me subieron al patrulla y me llevaron al calabozo y me pegaron y me gritaron todo el día dónde está el cuchillo dónde está, y yo nada, no sabía, y me siguieron pegando y gritando hasta que por fin apareció, rojo de sangre, el mismo cuchillo de mi pobre casa, la mala suerte mía. Eso fue lo que me dijeron.

19 mayo 2006

Miel y Limón


cosas de momentos,
de expresarse, de encontrarse,
de ser alguien y hacer algo distinto..
no tan distinto.
(me carga la UDI)
respiro...
miel y limón..
espacio
dolor de oído
silencio
mal gusto, sabor amargo
movimiento
cansancio
deseos de estar lejos, de no estar
tersianas (o persianas como le digo de cariño)
incoherencia
yo
frío, manos heladas
llamada telefónica (me carga la UDI)
fotolog nuevo
ocio??
no es eso
11:08
Linares, 2 grados, distancia
no estar donde quiero estar, estar donde no quiero
tolerancia cero
idiotez al máximo
nada bueno
nada tan malo
nada?
muestra gastronómica, no fui
Pini y suplemento, queque de naranja
bufanda ploma, dolor de oídos
otoño
cielo gris
árboles con mezcla de colores
rojo, amarillo, café, verde
'todo quedó en silencio'
qué fue todo?
'nunca más'
qué es nunca?
dónde estás?
miel y limón
la noche de anoche
pelea en la calle
mucha violencia,
presencia mía ahí,
mi mail y 'el bajo perfil de Chile'
Chile no me quiere
qué es Chile?
pauta estrecha
viernes, antes del sábado, a dos días del domingo
11:15
dolor de oído
persianas
manos heladas
miel y limón
Linares
yo
todo
nada
qué es eso?
..............
Masiel

11 mayo 2006


Alguien me contó que vivo
Y que aveces siento
Que cuando me hundo en silencio
Busco palabras que hablen de mí,
Que me devuelvan la seguridad
De que aún estoy viviendo;
que cuando me hundo en soledad
busco encontrar sentido
para abrir los ojos
y hallarme en un nuevo día.
Alguien me contó que estoy viva
Y que cuando no lo estoy
El viento disuelve mi alma
y al querer recuperarla
tomo solo un trozo
y el resto se me escapa,
se me pierde, se me esfuma.
Alguien me contó que he vivido
Y que aveces he muerto,
Que me pierdo por momentos,
Que me elevo en la inexistencia
Y regreso incompleta
Y vivo cada vez menos.
Mil veces he vivido,
Mil veces viviré,
La muerte no es suficiente
para terminar con la vida
y no siempre llega cuando ésta se va.
Alguien me contó que vivo
y que aveces siento,
que le pedí una tregua a la vida
Para comprobar cuanto dura la muerte.

No me puedes ver



















































Quise perder la calma
Y me faltó un segundo...
Vi tu alma acercarse a la mía,
Sólo vi tu alma
No supe si estuviste,
No supe si escuchaste
Yo sólo vi tu alma y me dormí en ella
Traté de controlarme
Y casi lo consigo
Pero me faltó una eternidad
Para quietar el miedo,
Para calmar deseos.
Fui testigo de tu frío,
Fui testigo de tu fuego,
Mi alma calló contigo,
Mi fe se perdió entre ella.


No eras más que un escape,
No eras nada, no eras todo,
Pero respiré en tus dudas
Pero viví en tus pausas,
Y expiré en tu desvío.