23 febrero 2008

Macho de mierda

Macho de mierda. Mierda de macho. Te veré triunfar porque vas a triunfar. Es tu condena. Luego no sabrás nada más de mí y podrás quedarte a solas con tu instinto. Lo único que tienes.
Renuncio y no te dejo nada, ni siquiera la soledad que tan afanosamente buscas.
Te dejo y no te darás cuenta de aquello. Seré una asusencia más y, como estás tan lleno de ausencias, no percibirás la mía.

("Formas de ver el mar", Luis Sepúlveda)

20 febrero 2008

la respuesta


Entonces me quedé pensando si lo decía con buena o con mala intención, si estaba siendo irónico o sincero, si eso sería el final o el principio, si me lo decía a mí o al aire, si era para espantarme o retenerme, si era por mí o por él. Las ideas daban vuelta en mi cabeza y el hostil movimiento de su boca ya no expresó nada más. Se rascó la cabeza y miró para el lado, fingiendo atención en los pasos acelerados de alrededor, tras unas gafas más oscuras que su conciencia y con la pose del que ya hizo todo lo que estaba de su parte y ahora le corresponde al otro actuar. A mí. Y él esperaba respuesta; él, que nunca esperó nada; él, que siempre dijo la última palabra o que simplemente desviaba la mirada hacia el resto de su mundo y de su vida. Él, que tenía mundo y hasta vida. Pero ahora seguía ahí, haciéndose el indiferente y esperando respuesta a una pregunta que nunca hizo. Y yo, sabiendo que la esperaba, temía decir lo que no le importaba escuchar.
Y por un momento no pude recordar qué era lo que nos unía, mucho menos lo que nos desunía. Quizás nunca lo supimos. Esa relación tan ajena que no pertenecía a nadie y de la que sólo éramos espectadores, ese interminable ir y venir que ya no sabe quién es ni cómo fue que comenzó.
"No quiero que te vayas" me había dicho hacía dos minutos. Y entonces yo seguía pensando si lo dijo para espantarme o retenerme. O ambas.
Ahora me miró y rozó su pulgar con mi mejilla, como ese tipo de caricias que emanan de su inconciente, de sus ganas, de sus impulsos retenidos.
"¿Y?", preguntó, sin acercarse demasiado.
"¿Qué me propones?", fue mi ultimátum.
"Un recorrido en taxi por Santiago, unas pizzas con shop en el ItalianExpress, un coño tirado en la alfombra de mi departamento e irte a dejar a la casa".
"Pero esta vez el taxi lo pagas tú. Y las pizzas también".
"Hecho".
Se echó mi mochila al hombro y, en un arrebato de no sé qué, cogió tímidamente mi mano.


15 febrero 2008

la última vez

Le besó la espalda como si la amara desde siempre. Y ella casi le cree. Pero el roce en el estómago pudo algo más que la falta de conciencia, y ese suspiro en la nuca estremeció hasta a los personajes del programa gritón que daban en la tele. El ya no se detuvo a pensar si seguía siendo insano, ni temió darle vida al silencio de una relación que siempre terminó para siempre. El descontrol hizo lo suyo y se fue dentro de ella, por primera vez, en medio de un orgasmo que no alcanzó a ser sublime porque nunca entendió el concepto de sublime.
Yacían atravesados en la cama cuando a ella se le ocurrió preguntar '¿por qué?'. '¿porqué qué?'. 'Porqué esto'. '¿Esto qué?'. 'Esto que hacemos'. '¡Ah! No sé'. '¿Cómo no vas a saber?'. '¿Saber qué?'. ‘Lo que dijiste’. ‘¿De qué?’. ‘De lo que te pregunté’. ‘Filo ¿por qué quieres saber?’ ‘¿Saber qué?’. ‘Eso’. ‘¿Qué cosa?’. ‘Lo que me preguntaste si sabía’. ‘¡Ah! No sé’. ‘No sabes nada’. ‘¿De qué?’. ‘De nada’. ‘Y de verdad crees que nunca te morirás de amor’. ‘¿Qué tiene que ver?’. '¿Con qué?'. 'No sé'. ‘No sabes nada’. ‘¿De qué?’. ‘De nada’. ‘Ándate a la mierda’.
Y eso fue lo más inteligente que había dicho en tres años.
Luego le besó el cuello. Al rato el abdomen. Y después la planta del pie.
Llegó la mañana antes de que amaneciera y hubo una cuasi despedida mientras ella aún dormía. Él se fue para siempre, como todas las otras veces, y ella quedó sola mirando un tragaluz sin luz.