08 mayo 2009

Corriente de la inconsciencia

Miraste el techo y luego me miraste a mí y dijiste algo que no recuerdo o probablemente no escuché. Seguramente no escuché. Miraste la escala y avanzaste un paso, creí que querías seguirme y ni te cuento lo que bajó y subió en mi estómago mientras estaba segura que todas mis dudas se esfumarían. Luego te detuviste suavemente como aterrizando sobre una nube como sin saber lo que hacías como sin querer hacer nada como queriendo querer algo como sin querer queriendo. Y tus labios siempre tentadores me parecieron amenazantes pero lejanos pero huidizos pero ajenos pero ausentes. Te ausentabas y en tu inercia creí tenerte sólo para mí (sólo de solamente, no solo de soledad) y creí que tú querías que yo creyera que yo entendiera que yo mirara el techo y luego a ti y viera lo que sólo tú veías. Reíste medio burlonamente y yo adiviné porqué lo hacías y no me lo quisite decir -nunca me lo dirás- por verguenza ajena porque no me harías sentir mal por nada del mundo pero yo sé que tu piensas que te sigo y que te busco y todo es cierto, todo es cierto. No, tengo frío, dices tú y yo me subo mi cuello de la chaqueta para abrigarte y para que pienses que también tengo frío y por lo mismo yo tampoco. Entonces quisiste abrazarme y no lo hiciste y nunca lo harás y yo que sí y tú que no y moviste los labios como queriendo despedirte pero que no sonara como despedida y casi pierdo la educación y te digo que te quiero pero un beso rápido alejado de mis labios me hizo perder la paciencia y subir sin mirar atrás. Y tú que ibas y yo que me ahogaba.