20 noviembre 2007

Eloi, Eloi ¿Lama sabatacni?




Casi terminaba agosto y la vida de mi hermano se apagó tras una operación de urgencia en el hospital de Talca.
Una caída de seis metros de altura en Curicó, un traslado de urgencia al hospital local. No había nada que hacer. En espera de un milagro fue llevado a Talca, una ambulancia pedía camino, tres paramédicos luchaban para que alcance a llegar. Yo, dos cuadras antes de llegar al hospital, me bajé de la micro y corrí tras la ambulancia que aullaba como los perros cuando ronda la muerte. La intuición me avisó que iba ahí y cruelmente no me falló. Sala de urgencias, neurocirujano, rayos, pabellón, UCI. 20 horas en la UCI.
Job, no te mueras. No te mueras, Job. Joel está afuera. Yo te amo. Te necesitamos. Estamos contigo. Sé fuerte, Job. No nos dejes, no me dejes. Te quiero tanto. Despierta. Vuelve. Resiste. “Mira mi madre como llora en mi agonía, devuélveme la vida, yo te serviré”. Este año nuevo quiero volver a brindar por estar todos, Job. No me hagas esto. No te vayas. No nos dejes. No.
Agravó cerca de las dos de la tarde. Pabellón. Había que hacerle algo, no entendí qué. Sacarle el cráneo, disminuir la presión del cerebro, algo por el estilo. Doctores pesimistas, pocas posibilidades de que viviera. Horas eternas en el pasillo pidiéndole al dios un milagro, confiando en que todo saldría bien, en que nada podía ser real, en que la muerte jamás sería parte de nuestra familia.
Nació un bebé vía cesárea y al mismo tiempo el doctor nos llama. No hubo un ‘lo siento’, no hubo un ‘no pudimos hacer nada’. Hubo una cadena de palabras explicando lo que hicieron, como si lográramos entenderlo, entre ellas iba la frase ‘murió en el momento en que le sacamos…’, no sé qué le sacaron, no sé qué le hicieron antes. Murió. Y no había ni una puta verdad más que ésa. No había un frío más grande que el que se apoderó en ese momento de mi corazón. No hubo un grito más desgarrador que el de mi madre, ni una confusión más triste que la de Joel, ni un llanto más amargo que el de mi padre. No hubo dolor más grande que el de mis hermanos. Eloi, Eloi ¿lama sabatacni?
El hospital de Talca se volvió llanto y nuestras vidas se hicieron añicos agónicamente.
Siempre dije que prefería que me faltara una pierna o un brazo, pero no ver sufrir a ninguno de mis hermanos ni, muchos menos, que uno de ellos me faltara algún día. Pero murió mi hermanito, vi sufrir al resto y yo viví para contarlo.
Mientras pasan los días todo es más crudo, Job todavía está muerto y yo sigo esperando a despertar algún día y encontrarlo a mi lado, serio, con la mirada más profunda que he visto, preguntando con voz seca ‘¿qué pasa, Paky?’.
Este año en mi casa no florecieron los nísperos y la dulce navidad amenaza con ser el más grande desconsuelo.

3 comentarios:

Franco. dijo...

no podria decir nada, no podria abarcar tu texto nunca!
solo puedo dejarte mis saludos tiernos y cariñosos

Fontana dijo...

Lo siento, Masiel, lo siento.

Anónimo dijo...

la vida es un susurro...se lo lleva el viento...llega a mi... llega a ti...la vida es un estado de inercia... hay que saberla despertar... abre tus ojos... mira hacia el frente...¿ a quien ves?...acercate....vas a estar bien...mejor...