15 febrero 2008

la última vez

Le besó la espalda como si la amara desde siempre. Y ella casi le cree. Pero el roce en el estómago pudo algo más que la falta de conciencia, y ese suspiro en la nuca estremeció hasta a los personajes del programa gritón que daban en la tele. El ya no se detuvo a pensar si seguía siendo insano, ni temió darle vida al silencio de una relación que siempre terminó para siempre. El descontrol hizo lo suyo y se fue dentro de ella, por primera vez, en medio de un orgasmo que no alcanzó a ser sublime porque nunca entendió el concepto de sublime.
Yacían atravesados en la cama cuando a ella se le ocurrió preguntar '¿por qué?'. '¿porqué qué?'. 'Porqué esto'. '¿Esto qué?'. 'Esto que hacemos'. '¡Ah! No sé'. '¿Cómo no vas a saber?'. '¿Saber qué?'. ‘Lo que dijiste’. ‘¿De qué?’. ‘De lo que te pregunté’. ‘Filo ¿por qué quieres saber?’ ‘¿Saber qué?’. ‘Eso’. ‘¿Qué cosa?’. ‘Lo que me preguntaste si sabía’. ‘¡Ah! No sé’. ‘No sabes nada’. ‘¿De qué?’. ‘De nada’. ‘Y de verdad crees que nunca te morirás de amor’. ‘¿Qué tiene que ver?’. '¿Con qué?'. 'No sé'. ‘No sabes nada’. ‘¿De qué?’. ‘De nada’. ‘Ándate a la mierda’.
Y eso fue lo más inteligente que había dicho en tres años.
Luego le besó el cuello. Al rato el abdomen. Y después la planta del pie.
Llegó la mañana antes de que amaneciera y hubo una cuasi despedida mientras ella aún dormía. Él se fue para siempre, como todas las otras veces, y ella quedó sola mirando un tragaluz sin luz.

1 comentario:

marybel dijo...
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