21 marzo 2009

cuando fuimos...

Sí, algo así era él. Idealmente un weón entre los estúpidos, pero un weón con cerebro. Sí, algo así seguía siendo desde hacía ya un par de años. Era, para ser franca, un semi-dios, como ese que trajo el fuego a los mortales, como ese que les trajo la luz a los mortales. Pero no fue condenado a que los buitres le comieran las entrañas. Su condena fue peor: quedarse entre ellos. Entre buitres y mortales. Entre buitres con corbatas, mortales que creyeron vivir para siempre.
Entonces, sí, era algo así. Un semi-dios, semi desnudo, semi haraposo, pero reluciente, potente, omnipotente, sublime.
Y yo: algo así como el resultado de la mezcla entre un buitre y un mortal.
Y llegó a pasar lo siguiente.
Yo, casi como una perra faldera, sabiendo todo lo que resplandecía ese semi-dios, trataba de seguirlo a donde iba, de llegar hasta donde él llegaba, de hablar de las cosas que él hablaba y hasta escuchar la música que él oía. Entonces, llegó a pasar lo siguiente: lo seguí hasta ese rincón escondido donde pocos llegaban, donde a veces se realizaban juntas de semi-dioses, donde se analizaban y cuestionaban a los verdaderos dioses, donde se mentía con la verdad y se tergiversaba la mentira. Fue ahí, en ese rincón, donde empezó a hacer señas con los pies, cuando, aplastando con el zapato una piedrecilla, empezó a escribir, a dibujar, a enviar señales, a decirme cosas.
Y me confundí.
¿Sería para mí? Para él, para ella, para nosotros. Pero caracterizaba, como sin querer, lo que sólo él sabía de mí.
Y llegué a comprender un par de cosas. Y llegué a alucinar ese par de cosas.
Él, casi como un perro faldero, me seguía a donde iba, llegaba hasta donde llegaba yo, hablaba de lo que yo hablaba y hasta escuchaba la música que yo oía. Me seguía a mis rincones y hasta creía que yo había traído el fuego a los mortales.
Pero ya estaba mimetizada. La amalgama se había consumido.

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